dimecres, 29 d’agost del 2018

Anatoli Lunacharski, el poeta revolucionario



Anatoli Vasilievich Lunacharski nació en Poltava el año 1875, y siguió sus estudios en el gymnasium de Kiev. Su padre era un funcionario de ideología progresista. En el quinto curso ya se había afiliado a un círculo revolucionario marxista. Como esta circunstancia le hubiera cerrado las puertas del mundo académico ruso, consiguió convencer a su madre de que fuera enviado a Zúrich para estudiar Filosofía junto al maestro Avenarius. En esa ciudad formó parte del núcleo político de Plejanov y Axelrod, y leyó con profusión a sus autores predilectos: Spencer, Schopenhauer y Nietzsche. En 1897 volvió a Rusia y sufrió varias detenciones. En 1906, lo encontramos exiliado por varias ciudades europeas de Francia, Italia y Suiza, convertido en un fiel colaborador de Lenin. Vladímir Ilich Uliánov era cinco años mayor que él. Lunacharski consideró siempre a su amigo y mentor como un genio estratégico; en cambio, se veía a sí mismo como un “poeta revolucionario”. El tipo de vida andariega que mantuvo en Europa construyó el típico perfil de revolucionario cosmopolita y culto que Stalin gustó de borrar de la faz de la tierra a partir de 1928. Antes de ejercer tareas de gobierno, Lunacharski fue un activo orador, periodista, escritor y crítico literario.
Sin embargo, el destino de Lunarcharski fue menos hostil que el de otros revolucionarios de la vieja guardia. En los primeros compases del triunfo bolchevique fue nombrado Comisario de Instrucción Pública. Como escribió John Reed, el 2 de noviembre dimitió ruidosamente tras ser engañado. Se le dijo que la Catedral de San Basilio acababa de ser destruida. Lunacharski abandonó una reunión gritando que no podía soportarlo. Sin embargo, retiró la dimisión cuando la información fue desmentida. Su gesto se interpretó justamente en su época: Lunacharski se convirtió en la bisagra entre el mundo tradicional ruso y el Estado en construcción. Su obra debe ser considerada como el justo medio entre la conservación del legado cultural tradicional y su adaptación a los tiempos revolucionarios.
Ocupó el ministerio hasta 1929, año oscuro de consolidación del estalinismo. Dimitió porque vio definitivamente derrotado su ideal de ofrecer una educación integral para los hijos de los obreros: durante toda su trayectoria, aliado con la esposa de Lenin, luchó por su proyecto de mantener una escuela que combinara la introducción al trabajo con los saberes generales y humanísticos. Pero el signo de los tiempos viraba hacia una tecnificación acelerada de los estudios. El régimen necesitaba técnicos, y no pensadores. Nadezda Krupskaia, viuda de Lenin, quiso dimitir junto a él, pero no se lo permitieron. Para ella, la dedicación tenía que crear no solo obreros sino también “directores de fábrica”. Lenin mantenía controlado a su amigo a través de su esposa, que se convirtió en el centro ideológico del comisariado.
            La lucha entre los proyectos pedagógicos del Narkomprós y los de los partidarios de la Escuela Técnica llegaron a su punto culminante en 1920. Y no fue el único problema con el que tuvo que lidiar Lunacharski. Con el país enfrascado en una guerra civil, tuvo que invitar a la comunidad educativa a abrazar los ideales de los bolcheviques, sin recursos, sin posibilidad de capilarizar las propuestas oficiales a los rincones de un país inmenso, y a la vez contando con una masa de maestros declaradamente hostiles al gobierno comunista. Cuando el nuevo ministro tomó posesión, ni siquiera se sabía con exactitud cuántos departamentos dependían de la institución. La intendencia militar y los transportes acaparaban la atención de los bolcheviques, que despreciaban la enseñanza y la cultura. El objetivo durante años fue centralizar desde el Narkomprós controlado por él y Krupskaia la totalidad de los centros docentes preexistentes, pero la realidad era que los ministerios de Comercio e Industria, Finanzas, Agricultura y Comunicaciones eran muy reacios a ceder sus espacios y su personal. En 1918 Lunacharski redactó su célebre Informe sobre la Escuela Única de Trabajo, que abogaba por un sistema en el que el Estado mantuviera las presiones bajo mínimos.
            La situación del sistema educativo ruso en 1918 era totalmente caótica. Con todo, Lunacharski y Krupskaia consiguieron fundar innumerables jardines de infancia, colonias educativas y centros experimentales. En esa nueva educación imaginada se abolían los castigos, se estimulaban el teatro y la creatividad, se promocionaba el acercamiento afectivo entre los alumnos y los tutores, y la escuela proporcionaba ropa y una alimentación adecuada a los niños. El norteamericano Dewey era el pedagogo predilecto de Lunarcharski, y su máximo inspirador. Y es que las comunas infantiles se habían convertido en necesidades urgentes para dar cobijo a los huérfanos que iba dejando la guerra. Aun así, Sheila Fitzpatrick dejó escrito que entre los proyectos aprobados por el Narkomprós y su realización efectiva medió siempre un abismo. La esperanza de Lenin, que sí estaba interesado en la filosofía y la propaganda, era que aquellos niños trajeran el verdadero socialismo tras la etapa de la dictadura del proletariado. Para estimular al ministro en la combatividad, fue colocado a su lado Evgraf Litkens, que formaba ya parte de la generación de la guerra civil, y cuya mentalidad encajaba más con el bolchevismo militarizado. Para los líderes del partido comunista, Lunacharski fue siempre demasiado tolerante, un soñador rodeado de poetas y bohemios.
Nunca fue elevado al Comité Central ni se le consideró un político relevante. Sí se convirtió, desde 1917, en un orador muy apreciado y querido. Tras su salida del ministerio, fue nombrado embajador en Francia, lo que en el código de la época bien podía significar la antesala de la caída en desgracia definitiva. Murió en 1933, en la localidad de Merton, mientras viajaba hacia España con el objetivo de tomar posesión del cargo de embajador de URSS en la República Española. Con la muerte de Lunacharski, desaparecía la cara más amable del régimen soviético.
Su elección como embajador en España no había sido un azar, puesto que Lunacharski era un gran admirador de los clásicos españoles. En 1934, se publicó en España su drama Don Quijote Libertado. En esta primera edición, no figuraba editor, aunque fue elaborada en los Talleres Gráficos Marsiega. Sí en otra del mismo año, que publicó en Madrid la casa Luz. La pieza fue reeditada en Barcelona dos años después, por Boreal. En 1969, Seix Barral recopiló algunos de sus ensayos sobre arte escritos entre 1917 y 1929.
            En su artículo “El poder soviético y los monumentos del pasado”, Lunarcharski explicaba que “en un país que sufre una crisis revolucionaria en la que las masas, llenas de justo odio hacia zares y grandes señores, extienden dicha enemistad a sus viviendas y a sus bienes por no estar en condiciones de valorar la importancia histórica y artística de los mismos debido a la ignorancia a que continuamente estuvieron sometidos por parte de los mencionados zares  y grandes señores, en este país, detener la ola de destrucción, no solo conservar los tesoros culturales sino ponerse manos a la obra para reavivarlos, para convertir los museos momificados en bellezas vivientes”. En este fragmento se perfilan dos pilares básicos del sistema soviético: la dignificación de las masas a través de la cultura y la instalación de centros docentes, hospicios y sanatorios en antiguos palacios aristocráticos. El programa ministerial pretendía trasladar al obrero y sus hijos al palacio, mientras se le educaba para apreciar los tesoros artísticos. Para ello resultaba imprescindible conservar los edificios señoriales e instaurar un sistema educativo dignificador. Para ello se empleó  fondo Lunacharski desde su oficina. El comunismo, según su visión, no era otra cosa que un ideal educador, humanitario y civilizador.
            Entre 1908 y 1909, Lunarcharski vivió en Capri invitado por Gorki. Ambos gustaban de organizar congresos y charlas de contenido doctrinal. En 1908 y 1911 publicó en dos volúmenes una de sus obras mayores: Religión y Socialismo, para polemizar con el racionalismo de Plejanov. Lunacharski opinaba que el comunismo debía ser una religión del hombre, una nueva espiritualidad basada en una solidaridad mutua que construyera una nueva época. En los años treinta, aquello era totalmente incompatible con la deriva que tomó la política soviética. Incluso Lenin llegó a romper con él, considerándolo un “charlatán” y un místico. Sin embargo, se reconciliaron en 1915. Visto en perspectiva, Lenin utilizó a Lunacharski, su hombre diplomático, para impulsar una reforma lenta que evitara el rechazo frontal de la comunidad académica y científica. Situar al frente del Narkomprós a un bolchevique “duro” le hubiera causado más problemas que beneficios.
            Las instrucciones y reformas del Narkomprós encontraron un muro infranqueable entre la comunidad científica rusa. Los profesores de la Universidad de Moscú procedían, en su mayoría, del partido cadete; su ideología era de tipo liberal, predominaba entre ellos el anticomunismo, y se habían comprometido con la revolución anterior. Los estudiantes también veían con malos ojos las injerencias del ministerio, lo cual mortificó a Lunacharski durante años. En general, muchos maestros y profesores creían que el nuevo régimen no iba a durar, y aguardaban con esperanza la victoria de los ejércitos blancos. Sin embargo, Lenin ordenó que se mantuviera la autonomía en los centros académicos: comprendía lo que también comprendió Stalin: su régimen necesitaba mantener a una casta científica activa. Oldemburg, predecesor de Lunacharski en el ministerio, lideró esta resistencia por la autonomía académica desde las aulas universitarias y los laboratorios.
            En 1918, Lenin comunicó a Lunacharski su orden trascendental de instalar propaganda por todos los rincones del nuevo estado, y le indicó la necesidad de que el arte incorporara un vector útil a la Revolución. Es el momento en que dio comienzo la explosión del cartelismo. Lunacharski ocupa un lugar doble en la historia de las Artes. Por un lado, se le considera el diseñador de la propaganda política soviética; por otro, se le reconoce la voluntad de no querer imponer una línea estética oficial que ahogara la creatividad de los artistas y escritores de la época. En “La Revolución y el arte”, escribió: “Como se comprenderá, el Estado no tiene intención de imponer por la fuerza sus ideas revolucionarias ni sus gustos a los artistas”. Lunacharski se propuso apoyar un arte oficial vanguardista, pero sin imponer una determinada dirección. Algo que cambió drásticamente en los años treinta, cuando el realismo socialista sustituyó por ley cualquier otra forma de expresión.

            Lunacharski fue, ante todo, un idealista de la ilustración popular y un animador cultural sin precedentes. Cuando, en 1932, Stalin prohibió explícitamente las estéticas de vanguardia, las artes decayeron increíblemente en Rusia. Se cerraba de ese modo el capítulo más creativo y recuperable de la Revolución de 1917: el del despliegue de un sistema educativo único por su extensión y su modernidad pedagógica, y el del desarrollo de todo tipo de ismos que venían de atrás pero que habían visto el campo abonado para su expresión y socialización, incluso internacionalmente. Los capítulos siguientes a su actuación fueron de una aterradora tristeza.

Andreu Navarra

Publicado en "La Aventura de la Historia", 238, Agosto de 2018.

dimarts, 10 de juliol del 2018

Andariegos, nueva literatura de viajes



Pienso que tendríamos que alegrarnos de que en nuestra república de las letras destaque una escritora como Patricia Almarcegui, una auténtica aventurera literaria como las de la época de la Ilustración o el Romanticismo. Conocer Irán (Fórcola, 2018) es una auténtica revelación. Almarcegui es capaz de cincelar párrafos como si su propio espíritu fuera una escultura, y la estatua de sí misma la construyera a partir de sus relaciones con los paisajes, la arquitectura, los jardines, las artes aplicadas y las demás mujeres, hermanas suyas fugaces, con que se cruza en su viaje, un viaje que va volviéndose iniciático a medida que se avanza en la comprensión integral del mosaico persa. No es solo que describa con enorme exactitud lo que ve: es mucho más. Lo que consigue esta escritura es desentrañar las claves íntimas y los significados espirituales de los objetos que desfilan ante ella. Le entran a uno ganas de ir, y de hacerlo ya, a ciudades como Isfahán, Yazd, Kashan, Mashsad, Kermán o Shiraz, donde la autora vivió luego, y que debe ser algo así como la Sevilla de Irán.
            Conocer Irán invita a volverse loco y salir a ver mundo sin red. Pero, entendámonos, a vivir una locura ilustrada como la suya. Impresiona la capacidad de asombro de Almarcegui. Impresiona su capacidad para integrar la realidad otra y de abandonarse a su seducción. Su talento para desentrañar lo real oculto, el carácter de las gentes y las culturas con las que tropieza. Impresiona la naturalidad con la que expone las dificultades por las que ha de pasar una viajera por el simple hecho de ser mujer e ir sola. Impresionan su sabiduría, su capacidad por engarzar anécdotas, historia y deslumbramientos en una prosa basada en la arquitectura de los párrafos y la confesión moderada. Un libro delicioso, vaya.
            También va siendo hora de que la crítica se fije en el Eduardo Moga prosista. Su obra dedicada a los viajes empieza a ser ya muy extensa. La pasión de escribil. Relato de tres viajes a Hispanoamérica es del 2013; Corónicas de Ingalaterra. Un año en Londres, del 2015; y su continuación homónima, con el subtítulo añadido de “Una visión crítica de Londres”, del 2016. Los ha ido publicando en La Isla Siltolá y Varasek. A sus toneladas de excelente poesía hay que ir colocando ya todas estas toneladas de impresiones y juicios en buena prosa. Su nueva entrega, El mundo es ancho y diverso, incluye un relato sobre una estancia familiar en Lanzarote, la aventura de un festival literario en Polonia y Ucrania y un periplo tunecino; lo acaba de publicar Baile del Sol. Todo ello viene a sugerirnos que la dedicación moguiana a los viajes no es una broma ni un episodio fugaz, sino un cultivo creciente sobre el que valdría la pena detenerse.
Lo que más abunda en El mundo es ancho y diverso es la ironía: “A mí las actuaciones folclóricas siempre me han dado sueño (de hecho, solo puedo imaginarme tres cosas más narcóticas que un festival folclórico: una misa, un encuentro de poetas de la experiencia y un congreso de auditoría y contabilidad”; o: “Muy pronto comprobamos la eficacia del servicio de guaguas: el último autobús a la capital acaba de salir, y el siguiente tardará una hora y media”. Un humor que no abundaba en sus libros dedicados a Londres, lugar que dejó en el autor una impresión culturalmente rica pero más bien nubosa y crítica. La idiotez inmanente en el mundo del turismo es una de las cosas que más indigna al visitante de Lanzarote, pero a la vez el autor se pregunta por qué a veces no puede reprimir el instinto de hacer el guiri. Asimismo, el libro concentra un acerado anticlericalismo, característico también de los textos de Moga, así como la denuncia de los nombres de fascistas colocados sobre placas, calles y hoteles. Y se nota que escribe un poeta, sobre todo en las pinceladas de paisaje: “Contemplamos el paisaje de Lanzarote por primera vez: picachos pelados se elevan, como pezones, de la tierra seca, y a sus pies se disponen, como legos dispersos, islotes de casas blancas y cuadrangulares. Entre los montes y las agrupaciones de casas, muretes de piedra volcánica intersecan los campos”.
También llama la atención, en el libro, el interés moguiano por las desnudeces de las mujeres y los juguetes pornográficos. Se trata del registro que exploró en sus Seis sextinas soeces. Y no es un registro erótico; no: es un registro soez, un idioma guarro. La sinceridad entra de lleno en la poética del autor, que tiene un falito con patas sobre la mesa de su despacho y se hace fotos con estatuas de enormes falos. Ver nalgas y tetas, lamentar el estado de vejez y decadencia física, admirar y dejarse enamorar por chicas guapas y cultas, es su manera de denunciar la hipocresía generalizada, y de reivindicar el sexo como algo lúdico y vital. Eduardo Moga es un escritor radicalmente materialista, ateo y, a veces, pornográfico como un goliardo. Es un auténtico pagano medieval. El mundo es ancho y diverso es, curiosamente, el libro más confesional del autor, el que más refleja su vida familiar, su identidad y su manera cotidiana de vivir y pensar. Hacia el final de la obra, Moga nos muestra qué opinión (o pasión) le despiertan los libros de viajes: “Me gustan los libros de viajes: leerlos y escribirlos. Es una forma singularmente directa de obtener lo que persigo en literatura: ser otros, vivir más, ser más”. Es una declaración aleixandresca.
            En el otro reverso de la medalla, el neorromanticismo pudoroso de Sergi Bellver, que acaba de publicar Variaciones sobre Budapest (La Línea del Horizonte), una auténtica joya del género. Lo siento, me pierden los libros minúsculos. Conocer Irán, también es un maravilloso libro menudo. Para escribir una novela sobre el Imperio Austrohúngaro, Bellver pasa unos meses en la capital húngara y se deja enamorar por todos sus rincones. Cuando observa a chicas en el metro, Bellver se entrega al más musical de los sentimentalismos. Estamos muy lejos del exhibicionismo juglaresco de Eduardo Moga. Bellver engarza su impresionante capacidad de evocación y vivencia y observación con pasajes musicales, y el resultado es una viva sinfonía de sensaciones armoniosas. Moga bebe de Sade y de la Ilustración gamberra; Bellver es más sereno y leopardiano.
            Más que una teoría del viaje, lo que firma Bellver es una teoría de la vida, de la Historia, un manifiesto a favor de la lentitud y una teoría de la soledad: “Otra de las bondades de la renuncia es, simplemente, ser dueño de tu tiempo y no tener que cumplir con un programa solo porque los demás esperan que lo hagas”; “Viajar en tren es atender al ritmo del paisaje no tiene nada que ver con facturar kilómetros”. Bellver es uno de los escritores más puramente escritores que pueden encontrarse hoy en nuestro país. No es que sea “puro”, es que lucha desde el nomadismo y la ascética por no ser más que un escritor. Por ejemplo, Moga es también editor o padre, y Patricia Almacergui es también aventurera y profesora. Bellver escribe: “Para mí, viajar tiene que ver con estar dispuesto a extraviarse, a renunciar a un plan, a no cerrar el círculo previsto”. La impresión fugaz, el descubrimiento íntimo, la metáfora feliz (“veo deslizarse las anguilas amarillas de los tranvías”), la belleza para sí misma, son las cosas que persigue.
            Viajar es huir del turismo, de los tópicos y de las aglomeraciones idiotizadas. Estos tres autores nuestros lo demuestran y defienden. El género goza, por lo visto, de excelente salud. Disfrutémoslo, estudiémoslo como se merece.


Publicado en "Quimera", Núm. 414, junio de 2018.

"Els fenòmens de l'atenció", curs fantasma d'Eugeni d'Ors



        L’abril de 1909, Eugeni d’Ors va impartir un curs sobre “La lògica del fenomen diastàsic” al local dels Estudis Universitaris Catalans. La forma, el fons i el context d’aquelles conferències eren força coneguts per la crítica. Víctor Pérez es va doctorar l’any 2014 amb una tesi brillant sobre la segona part d’aquell curs, impartida al desembre de 1909, segona part que ara ens presenta editada en forma de llibre. L’obra havia passat totalment desapercebuda, ja que ni tan sols el propi Pantarca n’havia fet referències clares. El text dormia el son de més d’un segle en una de les caixes de l’Arxiu Nacional de Catalunya, a Sant Cugat, i pot situar-se amb tota justícia al costat d’altres textos orsians de naturalesa filosòfica, com La vall de Josafat o Filosofia de l’home que treballa i que juga.
La presentació de Xavier Pla, summament didàctica i informativa, s’assembla a totes les que ha anat situant a l’inici de les seves edicions del Glosari català de Xènius, o a la que va encapçalar la seva edició d’Historias lúcidas (Fundación Banco Santander, 2011). El text de Pla ens serveix per entendre un dels aspectes més desconeguts per la figura d’Ors: el seu compromís amb la ciència experimental. Pla ja va recuperar i publicar, l’any 2009, La curiositat (Quaderns Crema), un altre original perdut d’Eugeni d’Ors que es pot considerar un text germà del que ara torna a la llum.
La introducció de Víctor Pérez, editor de l’assaig orsià, presenta una estructura original, copiada del clàssic esquema de la comunicació humana: Emissor, Receptor, Canal, Missatge i Context. I la idea és bona, perquè totes aquestes circumstàncies eren anòmales l’abril de 1909, quan Eugeni d’Ors va reunir per segona vegada un selecte públic barceloní al local dels Estudis Universitaris Catalans (que ocupaven un local de la plaça del Pi) per tal de comunicar-li les seves troballes i descobriments del món parisenc, en matèria de Psicologia Experimental.
Perquè en aquelles quatre sessions, ens explica Pérez, era Eugeni d’Ors, i no Xènius, qui prenia la veu. Un conferenciant que desitjava minoritzar el creador literari per tal que aflorés l’autèntic científic. Un ideòleg patriota que pensava que tenia el deure de recompensar Barcelona amb la saviesa que havia adquirit a Europa. Segons Pérez, “Eugeni d’Ors expressa, doncs, la voluntat manifesta de diferir de Xènius en l’estil  i els mètodes emprats”.  I potser per aquest motiu, el Glosari  de La Veu de Catalunya no va recollir la matèria dels actes. El receptor també és digne de reflexió: a qui anaven dirigides aquelles paraules? No pas a un públic majoritari o mitjà, sinó a una selecció d’escollits que havien de formar part d’una avantguarda de construcció nacional.
D’Ors vivia, llavors, a París. Entre la primera part del seu curs i la segona van passar nou mesos. El que fa Ors no és altra cosa que presentar les lectures científiques que ha realitzat a París, Ginebra i Heidelberg: Bergson, James, Ribot, Pillsbury, Lange, Binet, Wundt, entre molts d’altres.
Quant al canal, ja hem dit que d’Ors va escollir un to d’alta cultura basat en l’oralitat immediata. Calia insistir-hi perquè el text recuperat traeix l’esperit original del procés creatiu, atès que es tracta d’un esquema molt desenvolupat, però totalment dirigit a un acte oratori. Finalment, Pérez posa en dubte que l’objectiu del curs orsià fos la mera transmissió científica. La seva conclusió és que les quatre conferències es van revestir d’aspectes rituals o litúrgics, gairebé religiosos, destinats a consolidar una autoconsciència col·lectiva. L’afirmació grupal d’una generació que pretenia construir una nació a través de la investigació científica i la Cultura. És la part més interessant i original del seu estudi. Ens trobem en els anys de màxima identificació d’Ors amb els projectes culturals inspirats per Prat de la Riba. Sense el context dels traumes derivats de la setmana Tràgica i la terrible tensió que es vivia als carrers de Barcelona, no es pot arribar a entendre exactament què podia significar per a un grapat de pensadors el fet de reunir-se per celebrar un seminari de Psicologia Experimental en català.
No és cert que Eugeni d’Ors prescindís de la voluntat d’autor en el seu discurs falsament científic; discurs filosòfic, en realitat. Ja ho percep qui s’endinsa en aquest breu assaig, dens i solemne. Víctor Pérez ha recuperat un bell tros de bona prosa, i de pas ens ha regalat una fotografia de l’ambient intel·lectual barceloní d’un any concret. Un ambient en què una colla de joves catalans maldava per començar a desenvolupar una cultura científica homologable amb l’europea.


Publicat a "Quadern - El País Catalunya", 28 de juny de 2018.

dimecres, 16 de maig del 2018

L’impacte de la Primera Guerra Mundial a Catalunya

Ja fa quatre anys que feia cent anys, però en fa dos que em plantejava, escrivint un llibre sobre aliadofília i germanofília catalanes, quins podrien ser els passos següents. El present monogràfic no és exactament el pas següent, sinó el feix de passos endavant que calia fer. Comentava que calia aprofundir en la germanofília catalana. Ho ha fet Xavier Plaen el seu estudi sobre Manuel de Montoliu, que no només ens aporta les claus per a la comprensió global de la seva obra, sinó que defineix i comenta quin va ser el seu paper en l’opinió pública catalana entre 1914 i 1918. Comentava que calia un estudi sobre neutralitat: l’aporta, amb afany exhaustiu, l’estudi sobre el paper de la Lliga de Josep Lluís Martín i BerboisJosep Fontana no s’ha centrat en el camp català, sinó que ens introdueix en el context internacional del qual formaven part els Països Catalans.
Coneixíem força bé l’aliadofília. Potser un dels historiadors més matiners va ser Joan Safont, a qui es deu Per França i Anglaterra! La Primera Guerra Mundial dels aliadòfils catalans (Acontravent, 2012). Safont ens ofereix una perspectiva dels festejos que es van produir a la capital catalana l’any 1918, un cop es va saber que la guerra havia acabat. Era urgent desfocalitzar la nostra lent dels compassos inicials de la contesa, per tal d’explicar també què va passar durant els terribles anys 1916, 1917 i 1918.
Francesc Montero, especialista en Josep Pla i en el període que abordem, aprofundeix notablement en l’estudi de les fonts primàries dels protagonistes catalans que van participar a la guerra. El seu treball sobre Frederic Pujulà és l’exemple màxim de com el retorn a l’hemeroteca i l’arxiu ens permet ampliar el nostre horitzó de possibilitats historiogràfiques. A «La posició política dels membres de la Lliga Regionalista davant la Gran Guerra», Josep Lluís Martín i Berbois ens resumeix la posició que van adoptar les personalitats catalanes vinculades al regionalisme i al nacionalisme lliguer. L’autor analitza amb rigor les aportacions dels imprescindibles Josep PlaEnric Prat de la RibaJosep Puig i Cadafalch i Francesc Cambó, així com de figures no tan conegudes, com les de Ferran AgullóCarme KarrJoan GarrigaLluís Duran i VentosaPere RaholaAlfons MaserasJoan Costa o Josep Maria Trias de Bes, al costat d’altres directament problemàtiques i de molt complexa interpretació, com ara Eugeni d’Ors. I és que, al si de la Lliga Regionalista, va existir molta diversitat d’opinions entre 1914 i 1918, en una qüestió tan essencial com era la política exterior, una clau per a qualsevol moviment nacionalista.
Un dels historiadors més actius sobre l’any 1914 ha estat, indubtablement, Maximiliano Fuentes Codera, que va publicar, l’any 2009, el seu estudi pioner El campo de fuerzas europeo en Cataluña: Eugeni d’Ors en los primeros años de la Gran Guerra (Pagès). Tot seguit n’arribaren molts altres: España en la Primera Guerra Mundial. Una movilización cultural (Akal, 2014); juntament amb Xavier Pla i Francesc Montero(col·laboradors d’aquest monogràfic) va editar el rellevant A civil war of words. The cultural impact of the Great War in Catalonia, Spain, Europe and a Glance to Latin America (Peter Lang, 2016), d’indubtable intenció universalista, i diverses coordinacions: «La Gran Guerra de los intelectuales: España en Europa» (per a la revista Ayer, 2013) i «Los intelectuales españoles frente a la Gran Guerra: horizontes nacionales y europeos» (amb Àngel Duarte, per a Historia y Política, 2015). Fuentes revisita el paper fonamental d’Ors en el capítol tercer del seu llibre més recent: Un viaje por los extremos. Eugenio d’Ors en la crisis del liberalismo (Comares, 2017). L’especialista en Puig i Cadafalch Lucila Mallart ressenya un treball recent de Fuentes Codera: La Gran Guerra a les comarques gironines: l’impacte cultural i polític (Diputació de Girona, 2016). Calia incidir en aquest treball, atès que constitueix un model per a tot aquell que es proposi aprofundir en l’estudi d’aquells quatre anys tan intensos al nostre àmbit proper: sense els arxius locals, sense les hemeroteques fins ara inadvertides, no es pot avançar. I és precisament en aquesta direcció on ens proposem continuar explorant. On ens hem proposat avançar.
No podem oblidar una reedició importantíssima que va publicar l’any 2016 el Centre de Cultura Contemporània de Catalunya. A cura de Jaume Sobrequés i Mercè Morales, hem recuperat en un sol volum el monumental comentari a la guerra que Antoni Rovira i Virgili va publicar en cinc volums, i que va titular La guerra de les nacions. Un monument del periodisme català que ens ressenya David Martínez Fiol, qui de debò va ser el primer entre nosaltres que es va dedicar amb profunditat al tema dels voluntaris catalans i les implicacions ideològiques de laliadofília catalana.
Amb tots aquests treballs considerem que no només plantegem una estat de la qüestió, sinó que, a més, els col·laboradors han estat capaços de mirar més enllà del 2018 tot traçant el camí cap a les innovadores investigacions que encara no han arribat. Tot plegat no hauria estat possible sense la iniciativa de Queralt Solé i Vicent Olmos, a qui volem l’agrair l’interès i la possibilitat d’ampliar els nostres coneixements sobre l’etapa 1914-1918.
Fa quatre anys que feia cent anys que el jove Gaziel s’asseia, a la Biblioteca Nacional de París, i pensava en els cent estudis que s’escriurien sobre la Primera Guerra Mundial. Som els seus hereus. Continuem la feina. L’hem continuada, i gràcies a tots els col·laboradors que l’han continuat. Els camins, els arxius, ens porten cada cop més lluny.

Andreu Navarra
Afers, XXXIII:89 (2018), pp. 19-21

dimecres, 4 d’abril del 2018

"El año nuevo de los árboles", de David Aliaga


               

        A David Aliaga le gustan las simetrías. Hace dos años publicaba un libro de relatos que supuso un punto de inflexión en su modo de comprender la narrativa. Este año reedita aquel enigmático Y no me llamaré más Jacob, y lo acompaña de este nuevo libro hermano que también publica Sapere Aude. La decisión se entiende: hay puentes, de formato y concepto y de tema, entre ambos.
        Aliaga venía de publicar Inercia gris (Base, 2013) y la novela corta Hielo (Paralelo Sur, 2014), dos libros que pronto alguien reivindicará seriamente. Condenados a la reedición. La escritura de Aliaga era sorprendentemente técnica para alguien que no había alcanzado ni los treinta años. Pero es que la cosa es más llamativa, porque da la casualidad de que David Aliaga aún no ha llegado a los treinta años. Con solo un libro a sus espaldas, Sergi Bellver lo incluyó en su magnífica antología Madrid Nebraska. EE.UU. en el relato español del siglo XXI (Bartleby, 2014), justo al lado de… ¡Eloy Tizón! Tizón, ya muy consolidado como maestro del género, nació en 1964… Otros escritores del volumen: Sergio del Molino, Paula Lapido, Fernando Clemot, Juan Carlos Márquez… con estos se codeaba aquel veinteañero, que sigue siéndolo.
        Esa escritura carveriana de los inicios saltó por los aires en el año 2016. Nuestro autor cambió el escalpelo por las galerías del alma, y los ambientes gélidos por las sinagogas, los ecos de los estragos de los totalitarismos, y las reliquias. Aliaga cambió Nebraska o Noruega por Dachau y Salónica; y los cuentos como artefactos autónomos por los relatos que hacen rizoma los unos con los otros, entrecruzándose a través de inesperados cables y túneles. Los contornos cortantes y la perplejidad fueron sustituidas por las odiseas identitarias y la muy pudorosa autoficción. La escritura de Aliaga era un cubo, un poliedro de aristas muy vivas: hoy es un laberinto de recuerdos cruzados, o el viaje para intentar recobrar la memoria entre nieblas. De lo externo radical hemos pasado a lo interno visceral; del registro factual, al símbolo. De la fuerza de lo anodino, a lo trágico de la historia. El potente lirismo húmedo de Pequeñas muertes, y la reaparición de Edith Wasserman, dialogan directamente con Y no me llamaré más Jacob
     Ahora bien, esta simetría no podría encajar un tercer hermano. Habrá que explorar otra posibilidad, opino. Cambiar de ciclo, seguir preguntando. ¿Qué nos soltará Aliaga de aquí a un par de añitos? ¿Qué le ronda por el magín? Algo sé, pero no lo suelto.
Mandorla, una alegoría sobre la esperanza, es uno de los más logrados: a David Aliaga, además de las simetrías, le salen estupendamente los textos cerrados. Así, también, La nueva escuela, lineal y enigmático, lleno de delicadeza. En Mandorla, la mínima trama sentimental se apoya en un tenue correlato que relaciona la vida de una pareja con la de un árbol invadido de un hongo letal. Muchos de sus nuevos cuentos están construidos como muñecas rusas: por ejemplo, Un abuelo sefardí, Imposibilidad de una palabra o Le regalaré mis libros de Zweig. A veces es una mera imagen (una lluvia de ceniza sobre París) la que despliega sobre el mundo real el irreal pero simbólico. La ceniza es el símbolo más frecuente en esos textos de ceramista emocional. Para todos reserva su prosa contenida y de buena madera.
Hace dos años reseñé Y no me llamaré más Jacob y para mí continuar con esa simetría resultaba una tentación. Ojalá pueda, de aquí en adelante, continuar con esta cita habitual con los libros de David Aliaga. Algún día este hombre tendrá cincuenta años y nos jubilará a todos. Acuérdense de lo que digo.



Publicado en Quimera, 411, marzo de 2018.

dijous, 1 de març del 2018

Vacaciones negras



Les llamaron locos, herejes, inmorales. Los llevaban a los tribunales, y ellos iban a allí contentos porque entonces podían celebrar sus escándalos, seguir escupiendo su bilis ante un público cautivo, que no compraba sus novelas pero sí vociferaba contra su presunta pornografía. Fueron, básicamente, tres, hacia 1880: Alejandro Sawa, Eduardo López Bago y Felipe Trigo. Estaban hartos de la calma chicha de la Restauración. En el mundo existían cosas que nadie quería ver, porque nadie quería arreglar. La virtualidad de la obra literaria ayudaba a todos esos buenos ciudadanos a construirse un mundo perfecto, el mundo de la idealidad en que habitaban, que debía verse reflejado en novelas ejemplares: épicas, morales, espejos de virtudes y de abnegación. Sin embargo, esa pequeña galaxia de chalados reflejaba peleas, prostitución, matrimonios por dentro, explotación contra la mujer, servidumbre, noche cultural, bragas, calzoncillos, ropa sucia, suburbios, tuberculosis, antros, garitos, tugurios, buñolerías, enfermedades venéreas. Con más urgencia que buen estilo deseaban dar puñetazos literarios, remover un poco el cotarro. Y ese fue un poco el problema: escribir una literatura basada en toscos puñetazos, cuando afinar el sarcasmo podría haber sido mucho más efectivo.
La Historia los olvidó, pero esa historia ha vuelto. Con la sociedad hecha un adefesio, surgen voces que reclaman una literatura moral, ajustada, espejo de buenas costumbres. Sin embargo, el monstruo continúa aquí delante. No verlo o no querer reflejarlo ni examinarlo constituye la hipocresía de nuestro tiempo. Cada vez son más los novelistas que pierden la paciencia ante las policías lingüísticas, que son policías ideológicas. Pero lo hacen con más astucia que Sawa o López Bago. En eso hemos mejorado bastante. La sinceridad literaria no tiene por qué soltar la mano al estilo. Tampoco hace falta hoy acabar en el calabozo. Aunque tiempo al tiempo… De momento (y antes no pasaba) si escribes un mail a un amigo que tiene algún cargo a su dirección de trabajo, el mail rebota. Es asombroso: si escribes “whisky” o “churri” en un mail, un robot con criterios morales selecciona tu correo y lo pone en cuarentena. Las palabras malsonantes son como un virus. De algún modo se nos invita, no a que nos pongamos un condón, sino a que vivamos dentro del condón. Dentro de la profilaxis hablada, nuestra nueva religión.
De momento, nos quedan novelas como la que acaba de publicar Juan Carlos Márquez. Resort (Salto de Página) explora la oscuridad  de nuestra pobre civilización presente. Las vacaciones familiares son la quintaesencia de la hipocresía social de nuestro entorno. Las familias se trasladan a lugares horribles, en los que se pelea por una hamaca, donde las sonrientes animadoras de hotel odian su trabajo, su ropa, el peinado que les obligan a llevar, donde toda promesa de vida feliz es prostituida y bastardeada. Donde desaparecen los niños, donde la comida es reutilizada una y otra vez, donde los cocineros son magos del glutamato, donde los hombres no saben ya qué hacer con sus erecciones. Donde un jubilado monta celosa guardia durante horas sobre un rectángulo de arena en el que, unas horas más tarde, ha de yacer su familia. Donde un padre de familia va perdiendo poco a poco su serenidad para acabar explotando de rabia. Donde toda la hediondez moral de nuestro tinglado económico aflora, con las taras que nadie quiere ver: pobreza, ansiedades, insatisfacción, explotación, radical fealdad arquitectónica, sinsentido cotidiano, alienación, comida basura, presión estética, desposesión del cuerpo. Centrada en la peripecia de un policía que acaba de procrear, Resort muestra el reverso de nuestra presunta felicidad, creando un micromundo de oscuridad en la que vivimos inmersos, y esto si no se da el caso de que esa inmensa fábrica de hipocresía nos deglute y nos obliga a participar de sus rituales sociales, como el Aquagym o las discotecas.
Márquez nos acompaña al lugar desde el que podemos desmontar las sonrisas de las fiestas del consumo, donde la persona humana es capaz de rebajarse hasta extremos inquietantes.
Menos corrosiva y más introspectiva, Inundación (Sloper), de Patrícia Font, también transcurre en un micromundo anónimo que gira en torno a la playa y sus inenarrables prácticas sociales. Hernán es un joven perdedor que regenta, junto a su padre, un chiringuito de playa cutre y ruinoso. A Hernán le ocurre algo extraño: de repente, se le aparece su hermano Julio, muerto tres años antes, y este hecho inexplicable acciona los engranajes de su vida absurda, de su existencia para la nada, para la deuda.
Márquez hace diez años que publica, y no para de ganar premios. Es un nombre en ascensión, y su nueva novela es un grado más a su progresión. Se le ve un autor con las herramientas a punto. Su estilo es directo y sabio, rápido y afilado, y también vampírico. Font procede del mundo del teatro, aunque también ha trabajado para la televisión. Inundación es su primera novela, y ha hecho bien en esperarse. Su narración es dinámica y mental, se nota que pertenece a alguien acostumbrado a pensar sobre el diálogo y la escena. Nada que ver con la literatura de batracio, empachada de conceptos librescos y moralina multiusos. Una muestra representativa de la particular voz fontiana podría ser el siguiente párrafo: “Julio se levanta y abraza a su hermano [recordemos que se trata de un fantasma] y él se deja abrazar para volver a comprobar que es real. Bueno, a ver cuándo se pudre, se evapora y se va, igual que se va la resaca. Julio: Si uno le quitara lo de la muerte, ¿qué hay de él en él? Solo uno se conoce a sí mismo. Hernán le toca los brazos, hunde sus dedos contra la carne, calibra la tensión de sus músculos; es súper real. Julio se queja de un pellizco, pega un saltito y se queda en la parte soleada del balcón. Grita de dolor, un alarido profundo, de esos que engullen al resto de sonidos, a todos los ruidos de alrededor, parecido al centrifugado de una lavadora sobrecargada. ¿Le está pasando algo? Hernán deduce que Julio tiene la fisiología de un vampiro, quizás de un zombie. Todo esto le está rallando bastante”. Bailando pobremente entre la realidad y el deseo, Hernán trata de instalarse en la utopía. Una utopía caracterizada por el bienestar económico y una vida menos subhumana, sexualizable: “Hernán sabe que su padre debe de estar en el bar, detrás de la barra con su calva y su barriga, con la bayeta sucia encima de alguna mesa. Y esperando que él descuelgue  para meterle la bronca. Eso es lo que es. Pero Hernán sabe que en el futuro será distinto. Hernán se imagina el futuro; uno bucea y sale a flote y todo lo ve claro y sin sal. Ve el local reformado y casi puede oler la comida; casi escuchar el grupo de música que contratarán en temporada alta”. Lo que es y lo que podría ser. Pero las alemanas empapadas en bañador que acuden a su puerta, se quedan fuera de su chringuito, y no llegan a entrar. Porque Hernán ni siquiera es capaz de comunicarse con ellas. Porque es un cateto. El clásico cateto español de 1960. Porque no hemos avanzado nada, leches.
El fantasma se escapa y Hernán sale a buscarlo, preguntándose si no estará buscándose a sí mismo. Porque Hernán no es como el policía o el papi de la novela de Márquez, no va caliente eternamente. Su desidia vital es tan preocupante que ni siquiera le interesan las chicas. La feminidad, en la novela de Font, es sobre todo ausencia. Y no debe extrañarnos, con este panorama humano de mafiosos cutres, perdedores y peligrosos chulos. Las vacaciones son un espacio de masculinidad reptante, fundamentalmente ensuciada. Lo único que le preocupa es conseguir dinero para poder comprar alcohol, venderlo y salir a flote.
Estilo de paradojas, elipses y juegos de equívocos. Juguetón y melancólico. Font explora los horizontes metafísicos de la persona humana a través de objetos amenazados, manchados de decadencia y hollín cotidiano: lavadoras, cubatas, bambas de plástico, bolsas de deporte, patatas fritas, coches sin glamur, bloques de apartamentos, chancletas, bayetas y bañadores. Todos los objetos abocados al fracaso que conforman este pequeño universo de la derrota que es un pueblo de costa indistinguible del de al lado. Porque tanto el hotel de Márquez como el putrefacto pueblo de Font son la cloaca de la Humanidad. Y allí, con todo en contra, rodeados de macetas y biquinis y camareros, tienen que sobrevivir sus estragados protagonistas.
Alegrémonos de poder contar con novelistas que oxigenan nuestra atmósfera. Nuestros feudalismos mentales tienen las de ganar, pero aún podemos dejar de reptar y desafiarnos ante tanta falsa calma chicha de la Restauración.

Andreu Navarra

Publicado en Quimera, 410 (febrero 2018).