dilluns, 28 de març del 2016

La desfachatez intelectual, de Ignacio Sánchez-Cuenca



Ve la luz este ensayo demoledor y me pone en una serie de aprietos. En primer lugar, Sánchez-Cuenca carga contra el estilo desmesurado y apriorístico de cierta prosa periodística, y yo sé que tengo cierta propensión a la hipérbole, y este libro me hace pensar en ello, aunque cuando escribo historia tengo especial cuidado en no afirmar absolutamente nada que no venga demostrado, a renglón seguido, por un documento. Las hipérboles, las hipótesis alocadas, la leña para el fuego, el caos y el "carácter" lo reservo para las novelas o los ensayos dislocados.
En segundo lugar, se pregunta el autor, a propósito de Jordi Gracia,  por qué los críticos españoles son tan reacios a publicar los nombres de los intelectuales criticados, impidiendo un sano debate sobre los méritos de cada uno. Por segunda vez he de aplicarme el cuento. Tengo por principio (o por lo menos lo tenía hasta ahora) de no malhablar de nadie con nombres y apellidos, jamás. Pero el objetivo, más que la autodefensa o el rebajar el nivel de la crítica (es verdad que tampoco me gusta zaherir de forma directa), era que, si saltaba un aludido, su propio salto lo autoincriminase del abuso denunciado. Un ejemplo, si digo que la universidad española es una gerontocracia controlada por dinosaurios o fósiles, si alguien "salta" es que se sintió aludido... en fin, reconozco que es un truco malo y poco confesable.
De todos los análisis del estado de la cultura española (algún día hablaré del panorama poético), creo que este diagnóstico era de los más necesarios. El  autor distingue entre un periodismo "holístico", ditinguido por su falta de racionalidad y por el "machismo" con que los tertulianos y opinadores refrendan sus rotundos argumentos, y otro "analítico", que se echa de menos en el debate público español, en el que cuentan más los argumentos que el carácter morrocotudo del ponente. En el estilo holístico, el "figurón" es el rival de quienes , es una especie de pelea de gallos política, detentan opiniones contrarias. El resultado es una guerra cruzada de disparates e insultos, que busca crispar a la sociedad sin informarla y sin proponer alternativas, anclada en las visiones apocalípticas y los augurios sombríos.
Sánchez-Cuenca también señala coincidencias inquietantes entre los autores que examina. Por ejemplo, todos fueron comunistas, o incluso etarras o simpatizantes de Batasuna. Incluso los que lo arriesgaron todo abrazando el más reaccionario programa del Partido Popular, confundiendo deliberadamente la lucha antiterrorista con el nacionalismo más esencialista e invasivo. En general, muchos terminaron escribiendo barbaridades propias de una mentalidad reaccionaria e involucionista. Y se cuida mucho de afirmar que la obra literaria de Javier Marías, Antonio Muñoz Molina, Jon Juaristi, Juan Manuel de Prada, Mario Vargas Llosa, Félix de Azúa o Javier Cercas no sea valiosa. No se trata de eso. Se trata de preguntarse por qué los periódicos de referencia echan mano continuamente de estas firmas, para que estos escritores opine sobre temas políticos.
Personalmente, los aludidos me parecen grandes autores de literatura de creación, sobre todo Marías, pero no puede ser que nos acostumbremos a leer burradas cada día en el periódico y no hacer nada al respecto.  
Se ha acusado a Sánchez-Cuenca de envidioso, de haberse dejado llevar por una crítica desaforada y arbitraria. Sin duda, muchos se han puesto nerviosos con este libro. Pero, ¿por qué no se ponían nerviosos cuando los autores retratados, semana tras semana, soltaban sus rotundos e indefendibles disparates?
Pero es que resulta que Sánchez-Cuenca no es un literato. Esta crítica de un puñado de literatos metidos a opinadores políticos viene de fuera, y a mi modo de ver, esto es lo que más inquieta a quienes lanzan truenos y rayos contra Sánchez-Cuenca. Viene un sociólogo y, de repente, desvela qué está ocurriendo desde hace décadas, preguntándose por qué las grandes cuestiones públicas españolas no las aventan técnicos, sino novelistas. Los periodistas tensos se ven amenazados en su monopolio decimonónico: ya no podrán ser popes ni gurús. ¡Alguien aboga por el estilo argumental, respetuoso, que ni anatemiza ni demoniza, sino que intenta (por lo menos intenta) aportar una perspectiva mínimamente objetiva.
¡Herejía!
Pero a los campos culturales españoles les va muy bien la hibridación, esta oxigenación. Yo ya conocía algo las ideas de Sánchez-Cuenca porque me fue muy bien "La impotencia democrática"  a la hora de escribir sobre los falsos regeneracionismos actuales, en mi libro "El Regeneracionismo" (Madrid, Cátedra, 2015). Precisamente, pronto me di cuenta, escribiendo este libro, que en general, salvo algunas excepciones, los filólogos no leen historia cultural, y estos no leen historia de la economía, ni politología, ni sociología, siendo así imposible construir un relato plausible sobre la continuidad de las ideas políticas y el ensayismo español entre 1520 y el año pasado.
Por lo tanto: ¿qué le ha de envidiar un politólogo a un novelista? Si el politólogo escribiera novelas, resultaría verosímil pensar que a Sánchez-Cuenca le corroyera la envidia. Sin embargo, no se sostiene: lo que ocurre es que muchos se creen amenazados porque alguien (en nombre del público) puede empezar a obligar, de algún modo, a ciertos periodistas a estudiar, a runir datos, en lugar de soltar cuatro frescas según un estricto programa partidista, rompiendo su total impunidad.
Pienso también que al ensayo se le podría complementar con una respuesta extensa a la pregunta que queda pendiente: ¿por qué ocurre eso? ¿Por qué hay tantos escritores estampando animaladas en los peiódicos de gran repercusión? En este sentido, creo que la historia cultural, o la filología especializada en la historia de la lectura (Botrel, Mainer, Cecilio Alonso), puede echarle una mano. Yo hice la tesis doctoral de un campeón del pensamiento de extrema derecha, José María Salaverría, que escribió durante cerca de cuarenta años crónicas en ABC. Lo que ocurrió hacia 1900 puede servir de paralelo con lo que viene ocurriendo últimamente. Porque, ¿qué es anterior, la conversión de Azorín al conservadurismo o su ingreso en la redacción de ABC? ¿No nos ayudaría entender la evolución de Maeztu a entender la de tantos escritores de la Trasición, hoy varados en la extrema derecha? Mi hipótesis, expresada así en estilo "holístico", es que hay tantos periodistas empeñados en estampar frases reaccionarias porque, sencillamente, se les paga por eso. Porque no son libres, aunque ellos darían un puñetazo sobre la mesa y vociferarían lo contrario.
Por otra parte, otro detalle: ¿por qué todos esos juicios rotundos que denuncia el autor son vertidos en El País y ABC? Curiosamente, solo cita un testimonio independiente, el de Ignacio Echevarría, y resulta que es el único que no procede de El País ni ABC, sino de El Mundo.
Completando la hipótesis: los grandes novelistas españoles ganan dinero, pero no suficiente como para mantener un estilo de vida determinado. Es lo que le ocurría a Clarín, es lo que le ocurría a Unamuno, y a tantos y tantos escritores de finales del siglo XIX. Una página de prensa valía el triple o más que una página de novela, con la ventaja, además, de que luego se iban confeccionando recopilaciones de artículos (es lo que hacían sistemáticamente Clarín, Camba, Unamuno, Azorín, Salaverría, Pérez de Ayala y tantos otros), que luego, con un poco de suerte, hasta llegaban a ser traducidos. Así se reciclaban las cuartillas, se cobraba más de una vez por una misma página, y se exprimía el jugo necesario a las crónicas y cuentos. Los novelistas españoles, por mucho que ingresen, ingresan menos que en otras partes más afortunadas del planeta. Es un problema bourdieulesco: necesitan ampliar su campo, les va fenomenal que se les consulten las grandes cuestiones políticas. En otras palabras, necesitan estar en plantilla de un gran periódico. Y esto no es en sí malo, pero puede producir prisas e interferencias, o textos algo menos afortunados, o confusiones, porque el estilo excelente no tiene por qué ir acompañado de una idea veraz.
Como sea, nada es tan saludable como aventar estos problemas y fomentar el debate. Para quien quiera debatir, y no ladrar. no podemos vivir de recetas morales y partidismos. Alguien tiene que empezar a exigir periodismo informado y de calidad.
Buenas novelas las hemos tenido toda la vida, desde Galdós, y las seguiremos teniendo.

diumenge, 27 de març del 2016

Fanatismo


Casi cada día me sorprende cómo reaccionan personas cultas cuando alguien desliza una crítica a alguna personalidad relevante de la música o la literatura encumbrada desde, aproximadamente, 1980. Si yo digo que me interesa más, por ejemplo, una novela de Juan Vico que una de Eduardo Mendoza, no estoy diciendo que una novela de Juan Vico, o de Elvira Navarro, o de David Pérez Vega, o de Román Piña, me parezcan mejores que una de Eduardo Mendoza. Ni siquiera estoy diciendo que haya valores en las obras de escritores más jóvenes que se contrapongan a los de Mendoza o Muñoz Molina. Lo que digo es que "me interesan más", porque me interesa leer lo que ahora se piensa y se escribe, más que lo se pensaba y se escribía hace cuarenta años. Y luego hay esa obsesión por el Bien y el Mal. Lo que buscan esos blogueros, feisbukeros y lectores nerviosos son sacerdotes, obispos, santones, semidioses situados más allá de cualquier argumentación. En realidad, el problema es de índole religiosa. Hay personas que se enrocan en una férrea mitomanía, a la que se aferran como niños perdidos y desesperados.
Es como una especie de Contrarreforma de la Transición. Todos debemos comulgar, o se nos trata como a herejes.
Los autores no me aportan certeza, sino dudas y placer. Me lo ponen difícil. No me construyen una identidad rocosa y fija: más bien intento que me ayuden a ser dinámico.
Es como cuando uno critica al PSOE, se le echan encima con un odio y una rabia que llaman la atención, que son generacionales. Hace poco un amigo me defendió al PSC y me explicó que Miquel Iceta le parecía un político muy presentable. Me pareció muy bien. Un argumento racional para lo que debe ser racional. Pero, ¿todos esos insultos contra los podemitas o los cuperos, todo ese odio machista aplicado a diputadas, todo ese enrojecerse y hacer aspavientos, no es el mismo que cuando uno pone objeciones a Muñoz Molina, o a Joaquín Sabina? Solo puede haber una explicación: quien se atreve a cuestionar a esos mitos, es un hereje.
Yo pienso que Eduardo Mendoza ha escrito dos o tres obras maestras, me enganchan las novelas de Muñoz Molina y las disfruto intensamente. acabo de terminar una de Andrés Trapiello y me ha llenado por completo. Es más, creo que ni siquiera a Muñoz Molina o Mendoza les acabe de gustar ese culto desmesurado hacia sus personas: en realidad, no son más que buenos escritores, trabajadores de la palabra. En España se bascula entre la envidia y la canonización. El débil, el judaizante, es el escritor que empieza, que brega, que estudia y trabaja casi solo. Contra este se ceban. ¡A la hoguera! ¿Cómo se atreve a desafiar a los grandes, a los de "antes"? Ahora bien: ¿qué pasa cuando un joven valor empieza a ganar premios y a salir en los medios? Se le teme, y se le ha de "neutralizar" de alguna forma: se le hace un hueco en el retablo. El circuito literario español es, para muchos, un retablo con imágenes ejemplarizantes.
Pero, ahí fuera, hay protestantes, variedad, matices, movimiento, herejías, propuestas, debate, efervescencia. Lo cómodo es sentarse a leer El País y no buscar nada más. Pero eso no quiere decir que no haya nada más. Es como cuando uno investiga sobre el Siglo XVIII, algo que hago a menudo. Por todas partes te dicen: eso es una birria, ahí solo hay basura. Naturalmente, Quevedo, Góngora, Cervantes, eran "mejores". Pero ahí hay cosas que quedaron manuscritas, o perseguidas, no tan "buenas" pero enormemente "interesantes". En España, lo que no es investigado por un pope no existe.
Sin embargo, creo que una de mis obligaciones pasa por indagar, buscar, consultar y preguntar por escritores que estén empezando ahora mismo, o que descollen, o que lleven diez años y no treinta, porque, a la fuerza, serán con los que yo conecte. Sus inquietudes serán las mías, sus coordenadas y gustos, también los míos. España parece una secta que realiza un culto a los "felices" años ochenta. esas personas que gritan y eructan en realidad lanzan anatemas. Dicen que la vida ahora ya no vale nada, que los libros de ahora son una birria, que las mujeres de ahora son una birria, que los partidos políticos de ahora son una basurilla de engreídos. ¿Qué les pasa? Espero que yo llegue a su edad y no sea tan dogmático, ni me ponga tan nervioso lo que es natural: que a unos paradigmas les sucedan otros. Si a mí me dicen que un poema de Rafa Mammos es una cagarruta, o que un cuento de Ruy d'Aleixo es una pequeña bazofia (y lo piensan porque no salen en los grandes medios, ocupados, como es natural, por los escritores que forman parte de sus plantillas, no se fijan en ellos) yo no me inquieto, sino que pienso: "tú te lo pierdes". Demasiada pereza veo. Pereza por arriesgarse, explorar y buscar. En realidad, lo que hay es nivelamiento por abajo y envidia para el que logra publicar, hacerse un nombre y abrirse paso, con todo en contra. El escritor trabajador despierta mucha envidia, es un espejo para el que desea seguir cómodamente instalado en el dogmatismo. No trabajes, que igual me obligas a mí a levantarme del sofá.
Hasta Juan Marsé, que me parece el más coherente y entronizable, parece haber perdido fuelle. Y mira que me sabe mal. Y es normal. Es natural. ¿Por qué este empeño en momificar lo que no es más que naturaleza?  Yo le seguiré leyendo de vez en cuando. El tiempo pasa, y los españoles no son más idiotas ahora que antes.

dijous, 24 de març del 2016

"Recuerdo de Don Pío Baroja", de Cela, editado por Francisco Fuster


               Se acerca el centenario de Camilo José Cela, que nació el 11 de mayo de 1916, y Fórcola Ediciones, a través del buen hacer del profesor Francisco Fuster, se anticipan presentándonos esta auténtica golosina literaria que reúne diez textos breves que el Premio Nobel fue componiendo, a lo largo de su vida, entre 1945 y 1994, para recordar y homenajear a su maestro. Acompañan a la muestra una cuidada anotación y un prólogo pulcro y claro, sin ostentaciones, como todos los que escribe Fuster, especialista en la recepción crítica de la obra barojiana. Fuster ya había publicado Baroja y España. Un amor imposible (2014), también en Fórcola, y Ante Baroja (2012), editado por la Universidad de Alicante, que reunía todos los ensayos de Azorín dedicados al novelista vasco. El entusiasmo de Fuster por la obra del autor de Mala hierba, por lo tanto, no era nuevo.
                Cela no solo quiso reclamar para Baroja el Premio Nobel, es decir, no solo quiso valorar y reivindicar su immensa obra narrativa y memorialística, sino que sobre todo se esforzó por presentar el retrato humano del autor, denostado por la radicalidad de su pensamiento, que era lo que precisamente Cela trataba de contrastar con el verdadero perfil humano de Baroja, un hombre hogareño y quebradizo. Por esta razón, las deliciosas crónicas que le dedicó tienen un aire descuidado y otoñal que son la mejor imitación de la mejor prosa de su maestro.
Para Cela, Baroja fue sobre todo un escritor independiente, honesto y antihistoricista, enemigo de toda clase de rendición social. Un escritor que se divertía a través de sus alocados personajes, que tanto contrastaban con su talante introspectivo y poco audaz. En esta valoración, coincidía con sus principales críticos anteriores a la guerra: Ortega y Azorín. Sus juicios son ágiles, certeros: “Baroja, viejo ya, aún no ha servido a nadie, aún no ha pedido nada, aún no ha empañado su limpidez, aún no ha perdido su pureza.”; “Baroja tampoco fue un hombre turbulento sino, bien al contrario, un hombre apacible. Su turbulencia, como su osadía, no pasó del pensamiento de la dialéctica y de la literatura. Baroja fue un hombre que amó la casa, y el fuego de la chimenea, y la manta sobre las piernas, y la boina en la cabeza”. A deshacer el malentendido entre el pensador feraz y la persona cálida dedicó Cela el grueso de sus esfuerzos.

A la vez, Cela reivindicó el fondo emonentemente sentimental de las novelas del escritor vasco, al que frecuentó durante sus últimos quince años de vida. Un pequeño libro delicioso, el mejor homenaje que podría hacerse a dos colosos de la narrativa española del siglo XX.

Publicado en Quimera, Núm. 388.

dimecres, 2 de març del 2016

Verdades y mitos sobre el sufragio femenino


Ignoradas pero deseadas. La mujer política durante las elecciones de la Segunda República en Cataluña
Josep Lluís Martín i Berbois
Barcelona, Icaria, 2015, 175 págs.

            Se publica en español este interesante libro que fue publicado originalmente en lengua catalana el año 2013. En su interior abundan las sorpresas. Por ejemplo, el descubrimiento de que el estatuto municipal impulsado por Primo de Rivera contemplara el sufragio femenino por lo menos en teoría, puesto que no hubo elecciones, pero sí hubo procuradoras en la Asamblea Nacional corporativa impulsada por el dictador, concretamente trece de 385. Otra sorpresa es encontrarnos con frases e ideas bien desmitificadoras, que el autor fundamenta con absoluto rigor documental: “Los políticos del nuevo período democrático no tenían como prioridad la concesión del sufragio femenino y las mujeres se llevaron la primera de muchas decepciones políticas cuando quedaron excluidas de los comicios generales del 28 de junio de 1931”, o informarnos de que, en 1877, la Unión Católica había intentado extender el voto a las mujeres mayores de edad, madres de familia o viudas.
La leyenda principal que cae es que únicamente la izquierda se interesase por el sufragio femenino. En efecto, Azaña se había mostrado partidario de él antes del cambio de régimen, pero en el momento de la verdad, entre septiembre y octubre de 1931, tanto él como su partido (Acción Republicana), votaron en contra de la extensión del sufragio. Y lo mismo para Francesc Macià, temeroso de perder la condición de presidente de la Generalitat antes de que el régimen autonómico se consolidara. En cambio, otros políticos republicanos como Lluís Companys o Antoni Rovira i Virgili se mostraron favorables a la innovación sin objeciones ni limitaciones de ningún tipo.
Martín Berbois documenta con profusión la hibridación que se produjo entre el anticlericalismo y el voto femenino, que se estimó controlado por la Iglesia más ultraconservadora. También ha explicado con brillantez cómo el nacionalismo catalán, en su doble versión conservadora (Lliga Catalana) y republicana (Esquerra Republicana de Catalunya) aglutinó al feminismo catalán, mientras que los dirigentes de ERC, entonces en el poder, regatearon, limitaron, culpabilizaron y llamaron a la obediencia a las mujeres hasta que no hubo más remedio que impulsar secciones femeninas en los partidos y permitir que ejercieran el voto de manera normalizada.
            Ignoradas pero deseadas cumple a la perfección con el objeto de la buena historia, la que desmonta mitos y localiza heroicidades reales, las de intelectuales bien conocidas, como Victoria Kent, Carmen de Burgos o Clara Campoamor; pero también las de periodistas, activistas y políticas de izquierda y derecha que seguramente no sonarán en el ámbito español, como Carme Karr Aurora Bertrana, Francesca Bonnemaison, Maria Teresa Gibert o Nuria Montserrat Oromí. Exhumar los textos debidos a esas plumas semiolvidadas de la prensa de los años treinta es el mejor homenaje que se le puede hacer a las pioneras en la lucha por el sufragio femenino. En definitiva, el nuevo libro de Martín i Berbois resulta imprescindible para conocer las corrientes feministas peninsulares, que describe con rigor, en un momento histórico crucial.


Andreu Navarra Ordoño
Publicado en La Aventura de la Historia, 207, págs.86-87.

Professor Navarra

Quan feia poques setmanes que impartia classes de llengua i literatura a nois de secundària, Andreu Navarra va quedar garratibat per la mirada d’una noia a una sessió de comprensió lectora. Ho ha explicat a un article que acaba de publicar al digital La Directa. Un article de lectura obligada per a pares i fills, mestres i qualsevol persona decent que cregui i es preocupi pel paper central de l’educació en una societat amb problemes com en té la nostra. Amb els ulls, aquella noia demanava al seu mestre, si us plau, que la deixés airejar-se, una estona de tranquil·litat. La mereix. És aplicada i bona estudiant, però ha de passar-se hores a classe suportant conductes barroeres i racistes d’una tropa d’adolescents que escupen la ràbia que acumulen quan surten de l’institut i la seva circumstància els va corcant la consciència. Perquè ells, que tampoc la mereixen, creixen en una realitat davant de la qual la ràbia és la reacció natural. Però el professor Navarra, que ha arribat a secundària amb una vocació a prova de bomba, fa tots els possibles, en canvi, per convertir la classe en una escola de convivència a través del coneixement. “Podem ser l’encarnació d’una excepció: una excepció amorosa amb la cultura, malgrat tot. I és que, per una hora, tots estem en pau, treballem en pau, a la meva classe”. Durant anys l’Andreu Navarra ha estat un admirable buscavides. Amb un currículum espaterrant, amb una capacitat de treball desbocada, apurant totes les beques possibles, ha publicat una pila de llibres que proven la seva passió per la història, la literatura i el coneixement. Un dels últims és un repàs a la història del pensament polític del regeneracionisme espanyol, del segle XVI fins al present. A les últimes pàgines invocava de nou la vigència del regeneracionisme com a ètica civil per combatre els perpetuadors de la injustícia: els qui impulsen la involució social boicotejant l’educació. Amb aquesta fe l’Andreu ha arribat a l’aula i seva ha de ser la nostra esperança. La de la noia que el mira perquè sobretot vol treballar. “Gràcies, noia que volia treballar. Perquè aquesta és la història de la meva vida: voler treballar.”

Jordi Amat, La Vanguardia, 01-03-2016